lunes, 5 de octubre de 2009

Gilad Shalit, el rehén de Hamas.

El domingo 25 de junio de 2006, por la mañana temprano, terroristas palestinos se infiltraron en Israel desde la Franja de Gaza a través de un túnel subterráneo. Se desplazaron entonces hasta un puesto militar cerca del kibbutz Kerem Shalom. Allí mataron a dos soldados israelíes y secuestraron a un tercero, llamado Gilad Shalit. El secuestro perdura desde entonces, habiéndose procedido a una serie de, hasta ahora, fallidas negociaciones con la intención de liberarlo o de obtener información sobre él.
Los defensores de la causa palestina afirman que la captura de Shalit es un acto legítimo, pues dicen que es una respuesta a la ocupación y a los no pocos presos palestinos en cárceles y centros de detención israelíes. Ello no obstante, las circunstancias del suceso nos dicen que su captura es ilegítima.
Hamas es un grupo terrorista, cuyas acciones son, pues, de naturaleza ilícita. Con secuestros como los de Gilad Shalit, Nachshon Mordechai Wachsman, Ehud Goldwasser y Eldad Regev, los grupos terroristas de la región, como Hamas y Hezbollah, pretenden precisamente eso, generar terror, sensación de inseguridad y de vulnerabilidad. Saben perfectamente que la sociedad israelí está muy unida al Tzahal, y que le afectará lo que le ocurra a sus soldados. Además, el secuestro de soldados no es algo que al israelí de a pie le resulte en absoluto ajeno. El servicio en el Tzahal (o en su defecto en la Magav) es obligatorio en Israel tanto para hombres como para mujeres (salvo excepciones), tras el cual pasan a la reserva, salvo que hagan carrera militar. Una vez al año, durante un mes, cada reservista es reactivado. Y en caso de escalamiento del conflicto, el Tzahal puede reactivar a los reservistas durante períodos de tiempo excepcionales.
Así pues, cuando un grupo terrorista como los arriba mencionados secuestra o mata a un soldado, el israelí de a pie sabe que él, o cualquier ser querido suyo, puede ser el siguiente, bien durante los 3 años del servicio militar obligatorio (2 años para las mujeres), bien durante la reactivación anual de un mes como reservista. Es francamente desmoralizador.
Pero peor es todavía lo que se hace después. Hamas y compañía, tras secuestrar a un soldado, y conscientes del dolor que se cierne sobre la sociedad israelí ante este tipo de eventos, comunican a las autoridades hebreas que liberarán al soldado, pero sólo a cambio de la liberación de prisioneros. Se trata efectivamente de un acto de chantaje, de extorsión. Y lo peor es que muchos de los presos reclamados por los grupos terroristas a cambio del soldado judío secuestrado se cuentan entre aquellos que tienen las manos manchadas de sangre. Quizás el mejor ejemplo sea el de Samir Quntar, un druso libanés que participó en una operación terrorista en el norte de Israel a cargo del Frente de Liberación de Palestina.
El 22 de abril de 1979, Quntar (de 16 años) y otros tres terroristas entraron en Israel por mar desde el Líbano, llegando a Nahariya. Asustaron a los moradores de una casa para que éstos llamaran a la policía y, tal y como se había planificado previamente, asesinaron a un agente. Éste era Eliyahu Shahar, de 24 años.
Después entraron en el número 61 de la calle Jabotinsky y retuvieron a Danny Haran, padre de familia, de 32 años, y a su hija Einat, de 4. Su mujer, Smadar, logró esconderse con su hija Yael, de 2 años, y con la esposa de Moshe Sasson, un vecino que había logrado escapar por los pelos con sus dos hijas. Tratando de evitar que emitiera sonido alguno que llamara la atención de los terroristas, Smadar asfixió accidentalmente a su hija Yael.
Entretanto, uno de los terroristas había sido tiroteado hasta la muerte por uno de los vecinos.
Después, Quntar y los suyos se llevaron a Danny Haran y a su hija Einat hasta la playa en la que habían dejado la embarcación en la que habían llegado. Allí se desencadenó un tiroteo entre los terroristas y las fuerzas de seguridad israelíes. Al no poder escapar, y de acuerdo con lo establecido por pruebas periciales y testigos presenciales, Quntar disparó en la espalda a Danny Haran y lo ahogó delante de su hija Einat, para luego asesinar a ésta aplastándole el cráneo contra las rocas de la playa utilizando su rifle.
A resultas del tiroteo, uno de los terroristas murió, siendo los dos miembros restantes del comando, entre ellos Quntar, capturados.
Quntar disfrutó de los derechos que se le niegan a Shalit, y que en su día se le negaron a Wachsman, Goldwasser y Regev. Mientras que estos tres últimos fueron asesinados y el primero sigue retenido como rehén, Quntar fue sometido a un juicio justo con todas las garantías judiciales propias de un Estado democrático y de derecho como es Israel. En 1980 fue declarado culpable y condenado a varias cadenas perpetuas. En la cárcel se le permitió casarse con una ciudadana árabe de Israel, una activista que aboga por los derechos de los presos por terrorismo. Además, se le permitió obtener un título en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Abierta de Israel, un centro a distancia. Finalmente, fue liberado junto a otros terroristas (vivos algunos, muertos la mayoría), para poder recuperar los cuerpos sin vida de Goldwasser y Regev.
La sociedad israelí ve, pues, cómo hace falta liberar a terroristas con las manos manchadas de sangre, quienes muchas veces, como Quntar, juran que continuarán con sus actividades terroristas, no ya sólo para liberar a sus soldados, sino para obtener información sobre su situación. Y eso convierte a soldados como Gilad Shalit en rehenes, no en prisioneros de guerra. Y tomar rehenes no es ya sólo terrorismo, sino un crimen de guerra, de acuerdo con el Estatuto de Roma.